EL MOLINO VIEJO
El Molino Viejo en palabras de Guillermo Cuadri
Aunque hace muchos, muchísimos años que no muele trigo, es siempre "el Molino".
Asentado en un cerrito –llamado en lejanos tiempos "el cerro de la Cruz"- de cualquier parte que se vea "el pueblo" se destaca su viejo torreón, culminando en un enorme trompo invertido, con la púa hacia el cielo, que parece esperar un cordel imaginario para ponerse a bailar su danza de leyendas.
En verdad no le faltan: primero, en santa complicidad con el viento, dio harina al pueblo.
Después, quién sabe si el viento, vagabundo al fin, no sopló en su enorme oreja giratoria ideas extrañas y, cansado de trabajar él solo para tanta gente, dejó de hacerlo...
Desde entonces se hizo romántico.
Sus sombras cobijaron, por las noches, fantasmas y lobizones. ¡Oh! ¡El barrio del Molino!... Solo algún baile nos llevaba a él en las noches de invierno.
En la guerra del 97 fue un fortín de pelea para las fuerzas del gobierno, al mando del Coronel Casalla; desde allí se tiroteaban con los revolucionarios, parapetados tras los "cercos de Aguiar", en la falda de los cerros vecinos. Y en su interior, algo se mojó en sangre roja y caliente.
¡La cantidad de balazos que le pegaron!
Pero él sigue viviendo. Sigue moliendo su trigo de leyendas. ¡Cuántas veces se llena nuestra imaginación con el pan que hacemos de su harina, azulada de recuerdos!
Ahora -¡las ironías del Destino!- el viejo y firme torreón, cuyas paredes tienen más de un metro de espesor, se ha convertido en refugio de palomas.
Es lo que hacen casi todos los viejos buenos: cuidar niños, flores o pájaros.
Es frecuente ver a las palomas del Molino en nuestras claras mañanas, envolviendo en "el trompo" el hilo de sus vuelos circulares.
Minas, 1932
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