90 SEGUNDOS
El Tano fue un amigo. El y su compañera lo serán siempre; me
dieron cobijo en épocas difíciles para mí, a pesar de que su casa, ubicada en
calle Pérez del Puerto, era relativamente pequeña; siempre hubo un lugar. El
Tano vivía con su compañera y cuatro hijos; él era hijo de italianos; eran
picapedreros por herencia familiar; a eso se dedicaban.
Al Tano le gustaba el basquetbol y el boxeo. Era un tipo
enorme de tamaño, con un andar cansino y siempre de buen humor; nunca lo vi
enojado pero era de esos hombres que deseas nunca verlo enojado. No sé si por
accidente, por descuido o por negligencia de la patronal El Tano se fue pronto,
dejando un enorme vacío en quienes lo conocimos.
A fines de la década de los 80 se anunciaba lo que sería el
combate del siglo; dos grandes boxeadores, campeones invictos, se enfrentaban
por la unificación de los títulos mundiales de peso pesado y con El Tano nos
dispusimos a vivir una velada boxística que prometía ser inolvidable (y valla
si lo fue).
Aquella noche, mientras en el televisor de la sala, que servía
de living y comedor, el maestro de ceremonias del Atlantic City de Las Vegas
hacia las presentaciones pertinentes, nosotros decidimos prepararnos también;
El tano fue a la cocina a cortar las pizzas que había preparado mientras yo iba
a la heladera, sacaba la cerveza, buscaba vasos y alguna servilleta para no
ensuciar la mesa, en eso escuchamos nítidamente el campanazo que dio comienzo a
la pelea del siglo.
Ya con todos los elementos necesarios para una gran noche de
boxeo volvimos al living y nos paramos incrédulos ante el televisor, la imagen
nos dejó boca abierta a ambos: Michael Spinks yacía tendido en la lona, el juez del combate
realizaba el conteo y Mike Tyson observaba desde su esquina. La pelea había
terminado, tan solo duro 90 segundos.
Esa
noche terminamos comiendo pizza, tomando cerveza y viendo basquetbol por
televisión.
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