LAS PLUMAS
Jiménez vivía en paraje Lavaderos, allá por los años 60, a
casi 80 km de la capital departamental, muy cerca de una pequeña villa llamada
Ladrillos. Jiménez vivía de lo que
saliera: alambrador, tropero, hacia changas en las estancias, etc; en las
épocas de poco trabajo salía a cazar lobitos de rio de los cuales vendía su
piel a los talabarteros de la ciudad, solo mataba machos de buen tamaño, jamás
hembras o lobatos pequeños y nunca mataba más de 6 o 7 al mes. Era un experto
tirador con su rifle Brno calibre 22. Llegue a conocerlo a fines de la década
de los 80, ya bastante veterano era capaz de darle a un avestruz en cabeza a
buena distancia. Era un tipo sencillo, muy paciente y gran observador; la vida
le había enseñado todo lo que sabía; nunca fue a la escuela y quizás por eso le
encantaba que le leyeran cualquier cosa que estuviera escrita, él se deleitaba
viendo las ilustraciones de las revistas y los pocos diarios que llegaban a sus
manos.
En Minas, en la calle Batlle por aquellos años existían más
de 7 tiendas en apenas 3 o 4 cuadras, algunas aún existen hoy en día. Una de
ellas era del judío Nelson, quien había llegado a Minas siendo muy niño junto a
sus padres con una ola de inmigrantes que huían de la guerra en la vieja Europa;
acá se formó en las calles y con apenas 14 años su padre le puso un kiosco en
Batlle y Sarandí para que trabajara ya que no quería seguir estudiando. Ya con
más de 50 años Nelson seguía trabajando en el mismo lugar, pero al frente de
una enorme tienda.
Luego de un invierno difícil, con poco trabajo en la zona, Jiménez
decidió cazar avestruces para vender las plumas ya que los lobitos aun no
estaban con el pelaje en buenas condiciones hasta la primavera y por lo tanto
no se pagaban mucho. Nunca había cazado avestruces pero era lo que iba quedando
y las plumas se pagaban bastante bien para teñir.
Un día llego a Minas a vender las plumas y se encontró con
que sus clientes habituales no las querían ya que el mercado de plumas había
decaído notoriamente y ya no había venta para ese producto; tras andar varias
horas Jiménez llego a la tienda de Nelson: “Buenas, tengo plumas de avestruz
para vender” dijo al dueño quien le respondió “No mi amigo, las plumas no
tienen venta, ya no las podemos vender como antes, nadie las quiere”. Ya algo
desilusionado Jiménez hizo un último intento “mire que son de avestruz con
sangre, si usted las tiñe no se descoloran más”, “y cómo es eso?” increpo
Nelson “ todas las avestruces tienen sangre”, “no mi amigo, no todas, la
mayoría mueren degolladas después de ser boleadas por lo que se desangran antes
de sacarles las plumas ya que tienen la sangre caliente, yo las mato de un tiro
en la cabeza mientras picotean tranquilamente, ni se enteran que les paso, por
eso la pluma no pierde su fuerza” dijo algo animado Jiménez.
Nelson miro las plumas y le dio a Jiménez que nunca había
teñido una pluma y que además no podía pagar mucho, que si quería podía
cambiarle por ropa o botas algunas de las plumas, entonces Jiménez respondió: “un par de botas, una muda de ropa
y las revistas que tiene ahí por todas las plumas” señalando un montón de
revistas viejas que Nelson tenia apiladas en un rincón y que usaba sus hojas
para meter dentro de los zapatos y botas para que no perdieran su forma.
Nelson acepto el trato, en su tienda tiño plumas hasta la
década de los 80 que se prohibió por algunos años el desplume y venta en
Uruguay. Jiménez le siguió vendiendo plumas a Nelson por más de 30 años.
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